lunes, 27 de enero de 2020

Un grano entre la arena

Existir como un grano entre la arena
es tan útil,
tan necesario cuando el ruido agobia
al pensamiento que reitera, 
cuando las olas tan inmensas adormecen cualquier ímpetu de anhelo de crecer en la bahía.
Perderse en la erosión de una roca flagelada, es la ilusión de las almas que ahogan, aún, su lamento en las orillas,
es la esperanza de no ser molestado por el vaivén de un deber que no puede asimilarse ni, mucho menos, asumirse como propio,
es el refugio ante el temor de no ser suficiente,
de no ser como el viento; señor que dirige
al más grande de todos los destinos,
que logra domar al terror de los que son sólo arena.
Ser uno más, confundirse en la vasta calumnia de un suelo fragmentado,
convertirse en la huella de otros que atreven pisar, caminar con fulgor hacia un sitio en donde nada es cierto,
podría vestir con seducción a mi elegir
frente a esta vida,
podría alejarme de las naves que se asoman a lo lejos,
de ese sol tan pretencioso que nace y muere al final de todo este destino,
de los seres que navegan y sumergen
sin miedo al profundo sentir de estar vivo,
mas me niego a morir sin saber que es que el aire me lleve,
a llegar al final sin conocer los confines
de un mar que da asilo al soñar de tantos y tantos corazones en vela,
a no perderme, alejarme muy dentro de este manto teñido por el cielo,
por miedo a no volver a ver la playa,
a no amar, como lo hago ahora,
con la más íntima vehemencia de un hombre que se juega la vida, 
pues hasta el mar,
como el amor más grande de todos los amores, vuelve siempre a besar a la arena...

El Flaco

El flaco suena y suena
y el blanco de su bigote eclipsa
cada vez más al resto del castaño.
Yo me siento en un costado del sonido,
en el lugar más impoluto que pudiera
ofrecerme la noche,
cuando el estallido se duerme y se enciende
la algarabía de los sueños,
donde el cristal más fino se rompe y sólo
quedan los reflejos de lo obscuro,
y ahí no más, silente y guarnecido por la luna,
me pierdo en la nostalgia.
El próspero sendero de la vida es una brisa
que no logra empaparnos por completo,
es una obtusa daga lamiendo las heridas,
esparciendo la sangre como mantequilla, sin provocar su derrame ni borrarla.
¿A dónde van las mañanas predilectas,
las auroras redentoras, ese sol que prometió
nuestro lamento?
¿A dónde van los ocasos infinitos; interludios
jardines de primavera y sal?
¿A dónde va esta vida encarecida, este existir
incoloro, está agonía entre respiro y sollozo
que nos urge escapar?
Pero el flaco suena y suena y sigue sonando,
y el bigote es nieve que volcó sobre su labio,
y yo sentado, ya no oigo más que un viento
que se cuela en la ventana,
y mis respiro sólo mueve al humo de un cigarro que no apaga,
y mi presencia es la neblina que cubrió a lo impoluto en alquitrán,
y mi aliento se evapora en un crepúsculo
final. 

 
biz.