Al irme, dejas a un astro
que brilla en mi lugar
y uno ya no es más que una luz
parpadeando a lo lejos,
un corazón iluso jugándose la vida
al todo o nada,
unos labios rotos esperando besar.
Pero estas aguas son
el azul profundo en donde siempre
estoy,
y esta neblina; el humo de un incienso
en el cual me disemino poco a poco
en ti.
El dolor es tan solitario
cuando se debe a tu ausencia,
y la felicidad tan repentina
como un café turco contigo
en la mañana,
y ya no pesa, entonces,
esta relativa intemperancia
en que palpita mi amor
ni el temor en que suelo ocultarlo,
pues todo fluye como un cuerpo
durmiendo,
moviéndose en la noche,
como un desierto hecho canción
dejándonos sedientos,
como lo inevitable -escuché por ahí-
que es seguir atándote...
0 comentarios:
Publicar un comentario